La cara de mi pasado



Es muy duro reencontrarte con tu pasado; mirarle a la cara y sonreírle como si no le echases de menos.

A veces me olvido de él, finjo que los recuerdos que conservo como pequeños regalos nunca existieron; sin embargo, cuando le veo, cuando me choco contra él en medio de una fiesta abarrotada de gente, la realidad me abofetea. El tiempo que ha transcurrido desde la última vez que le vi me ahoga y la casi difuminada imagen de un niño de traviesa pero caucásica sonrisa se presenta delante de mí. Pero ya no es un niño, es un hombre, y ha perdido el brillo infantil que habitaba en el mar de sus ojos. Me cuesta reconocerle, pero sé que la persona que yo tan bien conocía está custodiada bajo su bronceada piel. Durante décimas de segundo todo mi cuerpo se activa y me ilusiono por pensar que sus ojos conectarán con los míos y me saludará como si nada, como si el tiempo no me hubiera borrado de su memoria.

Como era de esperar, paso tan desapercibida como Wally en una de sus ilustraciones. No soy nadie; solo formo parte del ambiente lleno de humo de fresa, cuerpos sudados y copas derramadas. Me digo a mí misma que no debo llorar, porque en el fondo no vale la pena y no tiene sentido. Es demasiado tarde, me recuerdo. Pero las lágrimas tienen vida propia y corren por mis mejillas, libres y cálidas. Todo lo contrario a la amalgama de sentimientos que siento dentro de mí, y a lo fría que me quedo después de que él se vaya sin ni siquiera haberme dirigido una mirada.

Me pregunto si él es o alguna vez ha sido consciente de que le fallé, y si me tendrá rencor por ello. Me arrepiento tanto de haber preferido a una persona que no se merecía ni un pensamiento por mi parte a haber estado junto a él cuando más necesitaba compañía, cuando lloraba por haber perdido a alguien imposible recuperar. Él, que me hizo reír en todo momento. Él, a quien prometí acompañar cuando no tuviera fuerzas suficientes para afrontar la vida. Verle me recuerda lo cobarde que fui, lo egoísta que me volví. Y, sí, ha pasado mucho tiempo y ya debería haber avanzado, pero el más ligero pensamiento que vuela sobre su pelo castaño desaliñado a conciencia hace que se me encoja el estómago y me entibia el pecho.

Desde la primera vez que aprecié la burla en su personalidad que le hacía destacar sin desearlo, desde la primera vez que me lo quedé mirando e hice oídos sordos a lo que pasaba a mi alrededor. Desde ese momento he querido decirle lo especial que ha sido para mí. Yo le aceptaba, con sus menos y sus más, a pesar de que nunca estuviera con él mientras intentaba calmar sus demonios. Y es que la cara de mi pasado me sigue sacudiendo con fuerza y rabia. Quien diga que el cariño se mide en hormigueos en el estómago nunca ha sentido verdadero amor (y añoranza) por alguien. Es como estar bajo el agua y luchar por nadar hasta la superfície, pero nunca llegar. Es sentir el pecho comprimido en busca de aire, el corazón errático y desbocado.

¿Será que sigo sintiendo algo por él? ¿Será que le echo de menos porque forma parte de mi pasado, un pasado que me gustaría revivir y cambiar? ¿Será que añoro lo visible que me hacía sentir?

Es muy probable que él merezca una chica mejor que yo, alguien con la que se complemente, pues sé que ahora no soy más que brisa fantasmal a la que ignora cuando se cruza por su camino. Sin embargo, no puedo evitar imaginar cómo sería estar con él, darle un corto y efímero abrazo siquiera.

Y lo que más me duele es que mi pasado no me necesita, pero quizás yo a él sí.

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